2012 aparenta ser la fecha de fin del mundo que invocan los secuaces de Nostradamus y los promotores de Hollywood. A tono con esa moda de las profecías, el 1° de enero regresará a escena el musical basado en esa llamada de Dios para advertir que habrá una remake de El arca de Noé. A 31 años del estreno en la Argentina, en un marco de escepticismo y mirada al propio ombligo, El diluvio que viene (en el Tronador de Mar del Plata) tendrá el desafío de volver a encantar con su mensaje blanco.
En una pequeña sala de la Casona del Teatro, los casi 30 artistas, apretujados para el ensayo, se las arreglan para bailar sin dar codazos y para inhalar el aire enviciado por la proximidad de los cuerpos a 40 grados de térmica. Para Juan Durán, el sacerdote de la historia, la sotana negra deviene en un radiador al que hacerle frente. “Todo sea por el amor al teatro, y a esta obra a la que ya interpreté en 1988”, advierte con la paciencia de un párroco. Comparte protagónico con Natalie Pérez y Julia Calvo.
En los ensayos de entrecasa falta la escenografía, el arca en cuestión, y el vestuario, pero sobran gargantas afinadas y voluntad: Pablo Nápoli, Juan Bautista Carreras y Teresa del Río, entre otros del elenco, buscan revalidar una obra que en el mundo fue vista por 3 millones de espectadores y, en nuestro país, hizo historia.
En 1979 fue José Angel Trelles quien encarnó al sacerdote protagonista, en El Nacional. Después del récord de las 3.500 funciones, hoy recuerda emocionado esa pieza que subió a escena en el contexto de la dictura militar: “En aquel momento hubo censura. Me acuerdo, por ejemplo, de una parte del texto que yo decía y citaba a San Lucas. Pero se ve que San Lucas era zurdito y no se lo podía nombrar”, cuenta gracioso. Y sigue: “En la primera parte Dios se reía del celibato y eso no se podía decir. Tampoco se podía besar a Clementina ni cantar La bicicleta blanca . La obra tenía un mensaje valiente en ese entonces. Ahora puede parecer naif”.
Para aquel debut, estaba estipulado el teatro Avenida, pero un incendio mudó los planes a El Nacional. Para Trelles “fueron meses de ensayos de 16 horas por día”, porque, como recuerda, “los demás bailaban pero yo era de madera. Si hasta vino un coreógrafo de la RAI que me tenía zumbando. Así comprendí cómo se hacían las cosas. Después, me ofrecieron La tiendita del horror a estrenar en 20 días. Con esa forma de trabajar de El diluvio...
dije: En tan poco tiempo no estreno ni un traje ”.
Graciela Pal había encarnado a la prostituta Consuelo (hoy en el cuerpo de Calvo) y Vicky Buchino era Clementina. Ahora, como espectadora, juzga a El diluvio...
como “el mejor musical que se hizo acá, un himno al amor, a la dulzura y al rescate de la pureza”.
Cuenta Trelles que en una “desgracia con suerte” un día, en plena función, se derrumbó parte del escenario (la casa de la prostituta Consuelo, que pesaba 70 kg.) y apenas le rozó la cabeza. “No lo tomamos como un mensaje divino, pero sí como una anécdota del seguir pese a todo esa gran obra que, para el grado de crueldad humana de hoy, parece ingenua”.
En una cartelera marplatense que no escatima en diversidad (desde la comedia romántica Cuando Harry conoció a Sally a las plumas de Bravísima ), Durán, el que toma la posta de Trelles, defiende a la obra como una perlita inocente pero no por eso pasada de moda: “A Mar del Plata le hacía falta que los nietos pudieran ver una obra junto a sus abuelos. Lo que nos está diciendo el texto es que la unidad es lo único que puede transformar”, postula apasionado. Y aclara: “No se trata de una obra religiosa, sino de volver a creer en algo. Una hormiguita no puede hacerlo todo. Son cientas las hormigas que, trabajando a la par, logran una comunidad”.
Como un entrenador en plena charla estratégica de vestuario, González Gil arenga a sus muchachos y alza la bandera de esa fábula compuesta originalmente en italiano por la dupla Garinei & Giovannini. “Tiene mucho del niño que llevamos dentro. Uno lo imagina más como un musical para la ciudad que para una temporada veraniega, pero el orden de los factores no altera el producto”. A lo que Rubén Cuello agrega: “La historia ya está en el inconsciente colectivo y por eso hay que procurar que no pierda esa esencia de la primera vez”.
Comprimidos y ahogados por el calor, los casi 30 artistas en escena continúan poniendo el pecho a la situación como si trabajaran para Broadway. La premisa en esta sala es ser felices y reflejar ese estado sobre las tablas. Antes de que se acabe el mundo.
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